El Rincón de Elbace Restrepo

 Extraido de : El Colombiano.com

EL CARTEL DEL CHORIZO

Por ELBACÉ RESTREPO | Publicado el 14 de julio de 2013

Son diez o doce, tal vez trece. No importa. Pueden ser dos, pero cuando se juntan parece que estuvieran celebrando el día mundial de la alegría. Hay estados civiles para todos los gustos y profesiones como para llenar el catálogo de una agencia de empleos: pintora, tejedoras, cocineras, jubiladas, abogada en retiro y amas de casa en ejercicio, pero cuando se reúnen salta a la vista, o mejor, al oído, un rasero que las iguala por lo alto: todas dominan el arte de la buena conversación. Y son dueñas de un humor que envidiaría el bufón de cualquier reino.

Hablan de todo con propiedad. Evalúan la gestión del Presidente, de cuyo examen casi nunca sale bien librado; discuten las noticias del día; opinan del proceso de paz y de la conveniencia de construir un pabellón de osarios en una parte subutilizada de la iglesia del pueblo; reviven situaciones de la juventud y se carcajean de las veces que hicieron el ridículo o metieron las patas. Son oportunas, no tienen tiro malo y se ríen de sí mismas, de sus achaques, de sus cojeras, de los efectos de la gravedad en sus cuerpos y de la llegada del temible alzhéimer, como cuando alguna le afirmó, confirmó y reconfirmó al neurólogo que el año que transcurre es 1913.

Casi todas están llenas de arrugas y de canas, pero su apariencia, impecable como los moritos del Astor, me hace pensar que siempre van de fiesta y que la vejez está lejos de ser cuestión de años. Ayudan a los demás en la medida de sus capacidades, gracias al trabajo de sus manos y sus mentes. Han sabido evolucionar al ritmo de los tiempos que les han correspondido. Le rinden homenaje a la buena comida y no hay tarde de domingo que no visiten un lugar diferente para degustar sus platos. Se autodenominan «el cartel del chorizo» y disfrutan por igual de pasar a manteles en una cena de muchos tenedores o de comerse una papa rellena en la cafetería más humilde.

Por eso las admiro, ve. Porque han convertido las pequeñas tragedias cotidianas en aprendizajes para lo que les queda de vida, porque disfrutan la grandeza de lo simple y porque con Charlie Chaplin coinciden en que «un día sin reír es un día perdido».

Compartir con ellas al menos una tarde es no entender por qué hay tantos viejos prematuros, incluso de veinte años, que han renunciado a la alegría y al entusiasmo, que cultivan el pesimismo, que nacieron cansados, que se sienten derrotados aún antes de empezar la batalla, si es que tienen ideales, y que se entregan voluntarios ante el primer guijarro en el camino, que ven tan grande como la piedra de El Peñol. Que se han olvidado por completo de sus luchas y sus conquistas, en una actitud derrotista y lastimera que los hace sentir como la pieza menos valiosa de un bazar de enseres inservibles.

Hay tanta gente cansada, triste y aburrida en este mundo que encontrarse en el camino con quienes sí entienden el enfoque de la vida es un regalo inapreciable que hoy celebro.

Gracias por mostrarnos que vivir con tal intensidad lo único que puede arrugarnos es la piel, mientras el alma sigue intacta y la energía en pie de lucha.